jueves, 28 de mayo de 2009

Tabaco radioactivo

El 24 de noviembre del 2006 el mundo supo que un ex agente del KGB, Alexander Litvinenko, había sido envenenado mientras estaba en Londres con una sustancia radiactiva que había ingerido con la comida o la bebida: Polonio 210. Durante varios días la opinión pública internacional siguió perpleja tan curiosa "historia de espías". La investigación policial del rastro radiactivo llevaría hasta unos aviones de la Britsh Airways así como a distintos lugares de Londres y luego de Alemania... hasta llegar a Moscú. La historia parecía demostrar que los mejores guiones se encuentran a menudo en la vida real.Cientos de millones de personas de todo el mundo contemplaron pues en televisión la dramática imagen de Litvinenko -sin pelo, abatido y postrado en la cama del hospital- hasta que finalmente murió. Informaciones que muchos siguieron mientras fumaban tranquilamente ante la pantalla un cigarrillo, comentando con sus allegados lo peligroso que es el Polonio-210 mientras, tras dar una calada al cigarrillo, exhalaban con tranquilidad el humo ignorando que en ese mismo momento la peligrosa sustancia de la que se hablaba en la tele ¡estaba impregnando sus pulmones y los de quienes les acompañaban!
Y es que ¡desde la década de los años 60 del pasado siglo XX ¡se sabe que hay Polonio 210 en los cigarrillos! Una información que se ha tratado de ocultar a toda costa. Y, sin embargo, entre los millones de documentos que la Philips Morris se vio obligada a desclasificar con motivo de las demandas presentadas contra la compañía en Estados Unidos al menos cerca de un centenar hablaban de la radiactividad alfa producida durante la combustión de los cigarrillos.
La mayor parte del Polonio 210 deriva de los fertilizantes fosfatados que se utilizan en las plantaciones de tabaco. La planta absorbe con sus raíces el Polonio 210 del suelo y lo almacena en sus hojas donde este isótopo radiactivo permanece a través de todo el proceso de secado e industrialización. Debido a la temperatura de combustión del cigarrillo (600 - 800º C) el Polonio 210 se volatiliza y se inhala en parte en forma de humo y en parte en forma de partículas que se depositan rápidamente en los tejidos del aparato respiratorio, sobre todo a nivel de las bifurcaciones bronquiales. Los filtros del cigarrillo capaces de retener algo de alquitrán y otros agentes carcinogénicos químicos son completamente ineficaces contra los vapores radiactivos por lo que el Polonio 210 se deposita en los pulmones del fumador. Y otra parte queda, claro está, a disposición de todo aquel que aspira el humo ambiental.


Un investigador italiano, Vincenzo Zagá, publicó ya en 1996 Humo de tabaco y radioactividad alfa (Polonio 210) y desde entonces no ha dejado de señalar en todos los foros internacionales el peligro de las radiaciones alfa procedentes del Polonio 210. Tras investigar la presencia de radioactividad alfa en cinco marcas de tabaco concluyó: "El Polonio 210 presenta un riesgo pulmonar muy alto como iniciador de tumores broncopulmonares por radioactividad alfa (4 casos sobre 10.000 fumadores/año) sin tener en cuenta su papel como 'promotor' (co-carcinógeno) de tumores broncopulmonares debido a su acción sinérgica con otras sustancias oncogénicas". De hecho, C. Everett Koop, quien fuera Cirujano General en Estados Unidos, declaró que la radiactividad, más que ningún otro producto, es la razón de ser de al menos el 90% de todos los cánceres de pulmón.
El Polonio 210 se encuentra además entre los once compuestos presentes en el humo del tabaco que han sido claramente clasificados por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer como claramente carcinogénicos junto a la naftilamina-2, el aminobifenilo-4, el benceno, el cloruro de vinilo, el óxido del etileno, el arsénico, el berilio y los compuestos de níquel, cromo y cadmio.
Asimismo, un fumador de dos paquetes al día absorbe una radiación que multiplica por siete la que procede del gas radón, un reconocido cancerígeno ambiental que se encuentra de modo natural en el subsuelo.
El historiador de la Universidad de Stanford (EEUU) Robert Proctor, perito en algunos pleitos contra las tabaqueras, publicó recientemente en The New York Times que quienes fuman un paquete y medio de cigarrillos reciben una dosis de radiactividad al año similar a la que hubieran recibido de haberse hecho aproximadamente 300 radiografías de tórax; casi una diaria.
Milirrems -medida de las radiaciones de los rayos X- arriba o abajo, picocurios -medida de la absorción del Polonio 210- arriba o abajo, lo cierto es que nadie discute la naturaleza venenosa del Polonio 210 que no sólo puede acabar provocando cáncer de pulmón sino contribuir a la aparición de daños genéticos, cáncer de hígado y de vejiga, úlcera de estómago, leucemia, cirrosis hepática y diversas enfermedades cardiovasculares.
En suma, ¿sabía usted que el Polonio 210 utilizado como arma mortal en el caso Litvinenko forma parte inherente del tabaco? Suponemos que no. Seguro que ni siquiera sabe que en el humo de los cigarrillos se encuentran presentes tras el proceso de combustión ¡más de 3.000 productos! de los que al menos 60 que han podido ser estudiados son claramente cancerígenos. Aunque lo realmente grave no es que usted no lo sepa sino que la Administración tampoco lo sabe. O eso dice. Y en lugar de obligar a la industria a dar a conocer todas las sustancias químicas que utiliza y los efectos que provocan en la salud ha preferido apelar -una vez más- a la responsabilidad individual de los fumadores -nada informados como consumidores- con una ley antitabaco que además nació cobarde en su planteamiento inicial al no hacerla extensiva a todos los lugares públicos, al contrario que en Irlanda donde su ley ha sido todo un éxito.

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